lunes, 30 de agosto de 2010

Santiago de antaño, fotos de Chilectra

viernes, 27 de agosto de 2010

LENKA FRANULIC. PRECURSORA DEL PERIODISMO FEMENINO. FUENTE /www.biografiadechile.cl/


Lenka FranulIc Zlatar nació en Antofagasta el 22 de julio de 1908 en el seno de un hogar de inmigrantes yugoslavos, formado por Mateo Franulic y Zorka Zlatar. Estudió en el Liceo de Niñas de su ciudad natal, y se trasladó luego a Santiago a estudiar Inglés en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.

Lenka se inició tempranamente en el periodismo como traductora de la naciente revista Hoy, donde comenzó a desarrollar una crónica literaria y cultural. En esta etapa escribió una serie de semblanzas de destacados escritores de su época, reunidas en su primer libro: Cien Autores Contemporáneos (1940).

Luego del cierre de Hoy, Lenka Franulic se integró (1941) a la recién creada revista Ercilla. El medio periodístico de esos años estaba prácticamente cerrado para las mujeres, por lo que le fue necesario vencer resistencias y demostrar sus capacidades hasta lograr conquistar el sitial de única reportera mujer de la revista, encargada además de los trabajos más difíciles.

Grandes entrevistas y reportajes la hicieron justa merecedora de una gran reputación. De su pluma salieron las primeras entrevistas a los Presidentes electos Gabriel González Videla, Carlos Ibáñez y Jorge Alessandri, así como también a personalidades de fama mundial como el mariscal Tito, Eleanor Roosevelt y Juan Domingo Perón, entre muchos otros.

En la radio y en la prensa femenina

Lenka Franulic trabajó también en la radio, que en ese entonces era un nuevo y penetrante medio de comunicación. En 1945 asumió la dirección de Nuevo Mundo, y más tarde, las emisoras Nacional, Cooperativa, Agricultura y Minería la contaron entre sus reporteros.

En 1952 viajó a París, becada por el gobierno francés para perfeccionarse, y a su regreso, volvió a la radio. Buscadora incansable, también incursionó en el periodismo femenino, haciéndose cargo de la revista Eva en 1956.

Premio Nacional de Periodismo

Inquieta —el destino de los periodistas y del periodismo—, impulsó junto a su amigo Orlando Cabrera, la creación del Círculo de Periodistas de Chile. Asimismo, integró el grupo que dio forma a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, la primera del país, quedando como una de sus docentes de planta.

En 1957 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo y en 1958, el Premio de la Sociedad Profesional de Mujeres Periodistas de Estados Unidos, siendo la única chilena en recibir este honor.

Fue nombrada directora de Ercilla en 1960 y desempeñó este cargo hasta el día de su muerte, el 25 de mayo de 1961.
Fuente: Cristián Guerrero Lira, Fernando Ramírez Morales e Isabel Torres Dujisin.

martes, 24 de agosto de 2010

BALDOMERO LILLO DE www.cervantesvirtual.com

En Lota, pueblo minero de la provincia de Concepción, nace Baldomero Lillo Figueroa el 6 de enero de 1867, sus padres fueron José Nazario Lillo Mendoza y Mercedes Figueroa. El matrimonio tuvo ocho hijos: Filomena (1865), Fernando (1869), Samuel (1870), Emilio (1871), Leonor (1873), Eduardo (1875), Elvira (1876); Samuel, Fernando y Emilio tenían inclinaciones literarias. Su madre enseñó a los hijos las primeras letras.
Sus primeros años de estudio los cursó en una escuelita mixta de Bucalebu y, posteriormente, en 1883 al trasladarse la familia a Lebu, ingresó al Liceo, donde cursó hasta segundo año Humanidades; su hermano Samuel recuerda que «Lebu era un pueblo recién fundado, rodeado de árboles naturales de la región, no plantados por el hombre. Vivíamos al pie de la montaña. (...) En el liceo; Baldomero nunca pudo hacer estudios regulares. Pasó ramos sueltos». Allí leyó el Quijote, Martín Rivas, Julio Verne, además de los chilenos Ramón Pacheco, Liborio Brebia, Vicuña Mackena, Martín Palma, Barros Arana. Seguramente su salud precaria -padeció de tos convulsiva-, unida a una falta de interés por los estudios convencionales lo hacen abondonar el liceo y comenzar a trabajar como dependiente de una pulpería, «La Quincena» de la Compañía de Lota. Al fallecer su padre en 1895 le correspondió asumir la responsabilidad de mantener a su familia, trabaja como jefe de una pulpería en el Buen Retiro, establecimiento carbonífero, ubicado en los alrededores de Coronel; esta experiencia laboral le permitió observar y conocer de primera fuente las precarias condiciones en que vivían los mineros, como se refleja en algunos de sus relatos, sobre todo en «Tienda y trastienda».
Su inclinación por la literatura la habría heredado tal vez de su padre, don José Nazario, quien seducido por la noticia del oro de California se desplazó hasta las riberas del río Sacramento; a su regreso en su equipaje no traía el tan anhelado metal amarillo, pero a cambio de éste cargaba las experiencias vividas, los lugares visitados y la curiosidad que despertaban sus relatos de las historias oídas en aquellos parajes. Se dice que es muy probable que él haya leído a sus hijos los cuentos de Bret Harte que evocaban el «Gold Rush», estos relatos ficticios mezclados con las vivencias del padre habrían despertado la imaginación de los hijos, especialmente de Baldomero, que de este modo habría desarrollado tempranamente sus aptitudes literarias. Pero hay quienes afirman que el origen de este interés por fabular estaría en una visita que hiciera a Concepción. Vagabundeando por la ciudad habría encontrado por azar, en una tienda de libros, Bocetos Californianos de Bret Harte.
Se sabe que el padre del escritor fue capataz o jefe de cuadrilla en Lota y es posible que realizando este oficio haya conducido a sus hijos al interior de esta mina de carbón; las visitas a estas galerías subterráneas que se internaban varios kilómetros bajo las aguas del Océano Pacífico dejaron en el espíritu de Lillo un recuerdo imperecedero que se reflejaría nítidamente en sus cuentos de Sub Terra.
Los años pasados en el Buen Retiro le permitieron observar la vida miserable de los mineros, esta vida plana y puritana de la pequeña aldea despertó en él una verdadera pasión por la lectura, Armando Donoso en Los Nuevos escribe: «Leía todo lo que caía en su poder, desde las fabulosas y disparatadas aventuras de Rocambole, hasta las novelas de Julio Verne y Mayne Reid. (...) compró... en Concepción, tres libros: La casa de los muertos de Dostoievski, Germinal de Zola y Humo de Turguenev. A partir de ese instante dejó de leer a los Julio Verne, Dumas y Rocambole... luego cayeron en sus manos obras de Maupassant, Eça de Queiroz, Dickens y Balzac».
Su aspecto físico enfermizo, de delgadez extrema, contrastaba con su gusto por las largas caminatas que se traducían en excursiones de caza donde su excelente puntería causaba la admiración de sus acompañantes. Este deporte dará pie para sus relatos «Caza mayor» y «Cañuela y Petaca».
En 1897 se casa con Natividad Miller con quien tiene cuatro hijos. En 1898 se establece en Santiago con su hermano Samuel, que trabajaba en la Universidad de Chile. Este le consigue un puesto como Oficial Segundo de la Sección Universitaria el 13 de abril de 1899, lo que le permite trasladar a su familia a la capital.
En 1903 participa en un certamen literario organizado por la Revista Católica, bajo el seudónimo de «Ars» envía «Juan Fariña», relato que recibe el primer premio y que lo lanza de manera definitiva en su carrera literaria. Al año siguiente (1904), publicará Sub Terra, libro en el que reúne ocho cuentos incluyendo «Juan Fariña». Todos están inspirados, a excepción de «Caza mayor», en la vida subhumana llevada por los mineros del carbón; muchos de estos relatos ya estaban publicados en diarios y revistas. La edición fue un verdadero éxito, se agotó en tres meses. Durante este año se presenta a un concurso organizado por el diario El Mercurio con el seudónimo «Danko», su cuento «Sub Sole» es premiado.
Colabora en las revistas Panthesis, Zig-Zag, Pacífico Magazine y en los diarios Las Últimas Noticias y El Mercurio, en este último firmaba bajo el seudónimo de «Vladimir».
La revista Zig-Zag, fundada en 1905, le publica nuevos cuentos que más tarde darán cuerpo a su segundo libro Sub Sole. Por esa época entrega también al diario El Mercurio sus Relatos populares, éstos serán reunidos póstumamente en un volumen de título homónimo por Santos Vera en 1942. En 1907 publica Sub Sole, colección de cuentos cuyo escenario ya no es el de las profundidades sino que está ambientado a ras de suelo bajo la luz del sol, escribe sobre modos de vida y de trabajo del mundo campesino. La acogida prestada por la crítica a este libro no fue favorable, pues se consideró que el escritor tocaba asuntos que no conocía bien y adolecía de una cierta falta de dominio en el uso del lenguaje, que demandaba la conveniencia de volver sobre lo escrito; todo esto significó que su lucimiento fuera inferior al libro precedente: Sub Terra.
El 21 de diciembre de ese mismo año se produjo la masacre de la Escuela Santa María de Iquique, esta huelga de las salitreras que se prolongó por dos semanas terminaría en una sangrienta represión sobre los obreros ejecutada por el ejército al mando de Silva Renard, dejando un saldo de más de dos mil víctimas, hombres, niños, ancianos y mujeres. Este hecho golpea fuertemente al escritor quien comenzaría a proyectar la idea de escribir una novela sobre este tema. En 1909, año en que muere su madre, fue enviado a Copiapó para solucionar un conflicto educacional, ocasión que aprovecha para recorrer las oficinas salitreras y el lugar de la masacre, donde logra conversar con algunos sobrevivientes y recoger material para su novela. La visita a estos lugares le permitió entender que en este hacinamiento, miseria y desolación, existía un destino común que hermanaba a la clase obrera y que le recordaba estampas de su niñez, allá en el sur junto a los mineros del carbón. De vuelta en Santiago dictó una conferencia en la Universidad de Chile: «El obrero chileno en la pampa salitrera», que comienza así: «La gran huelga de Iquique y la horrorosa matanza de obreros que le puso fin, despertaron en mi ánimo el deseo de conocer las regiones de la pampa salitrera para relatar después las impresiones que su visita me sugiriera, en forma de cuentos o de novela».
En 1912 muere su esposa, y queda a cargo de sus cuatro hijos pequeños: Aurora, Eduardo, Laura y María. Su proyecto de escribir un relato de largo aliento fracasó, tal vez por su salud siempre precaria o porque la imposición de una determinada forma y asunto escapaba a la espontaneidad que surcaban sus relatos. En este sentido, en una velada de homenaje póstuma, realizada el 10 de noviembre de 1923, Eduardo Barrios, compañero de oficina del escritor, leía en el Ateneo: «El novelista planeó su libro. Debía reflejar la vida obrera en el salitre; pero él no la conocía por experiencia directa y vivida. Me consultó entonces -lo digo sin petulancia-, me consultó mucho, anotó elementos que yo, como ex empleado de la pampa de fuego, pude allegarle. Hasta hizo un viaje, durante unas breves vacaciones. Mas desistió al cabo. Se atribuye el abandono de esta concepción a la decadencia rápida de los pulmones del escritor. La causa fue la honradez de su conciencia artística. Me lo dijo un día: "No sé lo bastante de ese ambiente, no lo he asimilado como el de las minas del carbón". De este proyecto fallido quedan algunos esbozos, borradores, un primer capítulo que se llama "La huelga", huellas del esfuerzo en que se empleara el escritor por afinar la pluma que reflejara vivamente lo escuchado y las emociones sentidas ante esa visión fugaz de la pampa y su gente».
La mayor parte de su trabajo literario lo desarrolló Lillo siendo funcionario de la Universidad de Chile, ambiente propicio para estimular su veta creativa, allí compartió con los escritores Diego Dublé Urrutia, Rafael Maluenda, Max Jara, Carlos Mondaca, Eduardo Barrios (todos funcionarios de la Universidad) y con su hermano Samuel; en la oficina de este último se celebraban tertulias memorables a las que acudían como invitados Guillermo y Amanda Labarca, Antonio Bórquez Solar, Federico Gana, Valentín Brandau, Luis Ross Mujica, Eduardo García Guerrero, V. D. Silva, Manuel Magallanes Moure, además de escritores americanos y españoles. El 2 de enero de 1905 fue nombrado Oficial de Archivo y de Canje y Publicaciones, cargo que mantuvo hasta su retiro voluntario el 10 de mayo de 1917 aquejado por una tuberculosis pulmonar crónica, que le impedía cumplir con los horarios a los que su trabajo le obligaba.
La imposibilidad de escribir esta novela lo sume en un profundo silencio pues no logra encontrar la forma ni el estilo que satisfagan su propuesta estética y que, por otro lado, no traicionen el sentimiento que había provocado en él los luctuosos hechos acaecidos en la pampa salitrera. Los estímulos permanentes de sus compañeros de generación no son suficientes para sacarle de su abulia, su debilidad pulmonar mina día a día su lazo con este mundo, que finalmente se rompe el 10 de septiembre de 1923.

      
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sábado, 21 de agosto de 2010

Ester Soré. LA NEGRA LINDA. Material obtenido en /www.musicapopular.cl











Ester Soré es la principal cantante de tonadas chilenas del último siglo. Grabó por primera vez la exitosa ‘‘Chile lindo’’, de Clara Solovera, y no sólo contribuyó a enriquecer el modo de interpretar esas canciones gracias a una voz reconocida entre las más claras y expresivas de su tiempo. Además fue una artista popular en un sentido amplio: en la radio, los discos, las giras y el cine. A partir de la música folclórica, y décadas antes de que palabras como showoman o entertainer fueran acogidas aquí, Ester Soré, a quien llamaban la Negra Linda, fue la entretenedora chilena de su tiempo.




Los inicios: Negra Linda

Se llamaba Marta Yupanqui Donoso, hija de una familia de ascendencia peruana, la niña que a mediados de los años 30 llegó a la emisora de La Chilena Consolidada en Santiago y empezó a actuar en radioteatro y a cantar ocasionalmente. Con catorce años hizo una prueba de grabación en la radio: cantó ‘‘Noche de ronda’’ asesorada por el pianista y compositor Donato Román Heitman, quien, junto a un periodista, acuñó para ella el nombre de Ester Soré y comenzó a prepararla como cantante.




En 1938 la estación se convirtió en Radio del Pacífico, cuna de figuras como los actores Eduardo de Calixto y Ana González, La Desideria. Ester Soré iba a ser una de ellas. Ese año ganó el concurso de Miss Radio creado por la revista Ercilla, en un acto celebrado en el capitalino Teatro Victoria, de calles San Antonio con Huérfanos. Lejos de ahí, en Los Andes, un futuro folclorista llamado Pedro Leal estaba escuchando la radio ese día. Años después actuaría con Ester Soré y se casaría con ella.




‘‘Cantaba con una picardía y una gracia únicas. Una simpatía que no ha aparecido de nuevo’’, recuerda Leal. Esa velada marcó además el origen del segundo seudónimo de la cantante. ‘‘Actuaron también Los Cuatro Huasos para amenizar la fiesta. Cuando supo que había ganado, Ester se emocionó y le cayeron las lágrimas, y uno de Los Cuatro Huasos, Fernando Donoso, que era un señor, le dijo ‘venga p’acá, mi negra linda, no llore’. Fue la primera vez que le dijeron negra linda’’.




Como premio, la cantante viajó a actuar a la Radio Belgrano de Buenos Aires con los humoristas argentinos Pepe Arias y Pepe Iglesias y el músico Rodolfo Biaggi. Al año siguiente hizo su primera gira por Chile y debutó en cine con la película costumbrista Dos corazones y una tonada (1939), de Carlos García Huidobro, donde se codeó con las celebridades del folclor de la época. La música del filme fue escrita por Donato Román y allí la debutante Ester Soré actuó junto a Nicanor Molinare, Romilio Romo y Los Cuatro Huasos, con quienes cantó la tonada ‘‘Como el agüita fresca’’, éxito radial de 1939 en Chile.




En el mismo año puso su nombre más lejos, en la crónica republicana de la época, al grabar el himno electoral del candidato del Frente Popular y futuro Presidente radical Pedro Aguirre Cerda. Con los versos ‘‘¿Quién será / quién será Presidente / quién será, quién será, qué caray?’’, ella fue la voz y el rostro de la campaña. En menos de un año había pasado del anonimato a la celebridad radial, cinematográfica y hasta política. Morena, bonita y dueña de una voz cálida, para los años 40 Ester Soré ya era la Negra Linda.




Los discos: tonada, mapuchina y vals

Contemporánea de las cantantes Rosita Serrano, Gladys Briones, Margarita Alarcón, Meche Videla o la más temprana Derlinda Araya, Ester Soré fue la más notoria intérprete de tonadas de su época. Su voz, bien modulada, capaz de expresar ternura, drama o picardía con el vibrato y las inflexiones, fue una innovación. Sumó una melodía alta al dúo masculino habitual en las tonadas, y esa escuela fue seguida por Los Cuatro Hermanos Silva o Sylvia Infantas y los Baqueanos, grupos con mujeres cantantes. Su primer disco, con la aludida ‘‘Como el agüita fresca’’ y la canción ‘‘Llanto del cielo’’, del propio cineasta Carlos García Huidobro, abrió en 1939 su prolífica discografía, iniciada con discos de 78 revoluciones –de una canción por cada lado– para la etiqueta Discos Victor, más tarde RCA Victor.




Más de quinientos de estos discos grabó Ester Soré. Entre los primeros están la tonada ‘‘Morenito de mi alma’’ y el vals ‘‘Chiquilla’’, de Nicanor Molinare y Donato Román; el vals ‘‘Nostalgia de amor’’ y el corrido ‘‘Pajarillo, pajarillo’’, de Bernardo Lacasia; la tonada ‘‘Lai larai’’ y la mapuchina ‘‘A motu yanei’’ (1940), de Fernando Lecaros; el vals ‘‘Mi corazón amante’’ y la canción blues ‘‘Canción del puerto’’ (1942), de Román y García Huidobro, los foxtrots ‘‘Manzanita’’ y ‘‘Pica, pica’’, de Lecaros; el pasodoble ‘‘Qué bonito es ser soldado’’, de Luis Martínez Serrano, el vals ‘‘Jugando al patín’’, de José Goles; la tonada ‘‘La yegüita’’, de Donato Román, y la canción vals ‘‘Para qué llorar’’, de Pablo Garrido.




Ester Soré cruzó desde el inicio los límites de la música típica y grabó en los diversos estilos en boga en la mitad del siglo. Partió con una mayoría de tonadas: ‘‘En el trigal’’ / ‘‘Mi pena’’, ‘‘Amor con amor se paga’’ / ‘‘Ingrato’’, ‘‘Amaneceres risueños’’ / ‘‘Me estás matando’’ y ‘‘Pañuelito ‘e tres colores’’ / ‘‘La yegüita’’. Pero también grabó tango canción: ‘‘Mamita mía’’. O boleros: ‘‘En qué quedamos…’’ y ‘‘Albur’’. O valses: ‘‘Hace un año’’, ‘‘Luces del valle’’ y ‘‘Cuando vuelvas a mí’’. O canciones-fox: ‘‘Cuando se ama’’ y ‘‘Te fuiste’’. También foxtrots: ‘‘Siento ganas de llorar’’, ‘‘Punta Arenas’’, ‘‘Aterrizar’’ y ‘‘Te quiero mucho más’’. Y corridos: ‘‘Cuando yo me case’’ y ‘‘Rancho alegre’’.




La propia ‘‘Mi banderita chilena’’ fue presentada como corrido. ‘‘Lo hacían con ese ritmo porque la Victor quería que la gente bailara. Era más comercial’’, explica Leal. La tonada ‘‘Qué me van a hablar de amores’’ es la única canción original de Ester Soré: ella fue sobre todo la voz de más compositores como Fernando Morelo, Luis Bahamonde, Luis Aguirre Pinto, de quien grabó ‘‘Camino de luna’’, y el propio Fernando Lecaros, quien le escribió la canción bolero ‘‘Mapuche soy’’ (1948), grabada con la orquesta de Federico Ojeda. Y sus más fieles autores fueron José Goles y Clara Solovera, de quien estrenó las célebres tonadas ‘‘Chile lindo’’, ‘‘Mata de arrayán florido’’, ‘‘La enagüita’’ y ‘‘En de que te vi’’.




‘‘Ester estaba actuando en la radio Minería cuando llegó una señora que le traía una canción. Era «Chile lindo». Claro que bien descuadrada. Entonces Ester y su guitarrista montaron bien la canción y ella la cantó en la próxima audición en la radio. Ester empezó a grabar todo lo de la Clara. Ahí se hizo conocida Clara Solovera’’, dice Pedro Leal. De José Goles la cantante grabó también el bolero ‘‘Mi pecado’’ (1948). ‘‘Estuvo de novia con José Goles muchos años, y él le hizo ese bolero. Ester podría haber sido muy buena bolerista, tenía una voz grave muy bonita. Pero empezó con la música chilena’’.




Ester Soré se hizo acompañar además por diversos músicos. Tras su primera gira a Argentina tocó con el Dúo Rey Silva en 1940. El aludido disco de ‘‘Mi banderita chilena’’ / ‘‘Más lindo es besar’’ fue grabado con Los Estudiantes Rítmicos. Su guitarrista de cabecera fue el eminente Humberto Campos, con quien grabó y actuó en vivo. Y también grabó como Ester Soré y los Yumbelinos (1938), Ester Soré y el Dúo Leal Del Campo (1962-1969) y Ester Soré y los Baqueanos, en una fugaz reedición de ese grupo.




‘‘Ester preguntó en una oportunidad por qué las canciones chilenas las cantan con un delantalcito y unas polleras aquí y allá: ‘Yo voy a cantar la canción chilena vestida de soirée’. Y así fue. En ese tiempo no se bailaba cueca aquí en Santiago, sino en las quintas de recreo por Tobalaba o Gran Avenida, como El Rosedal’’, explica Pedro Leal. La cantante vivía en los altos del Portal Fernández Concha, frente a la Plaza de Armas, en el corazón de Santiago.




La fama: el cine y el eterno campeón

Si la música fue su tarea principal, Ester Soré fue además una figura del cine chileno de los años '40. Doce películas rodó en esa época. Entre las más importantes, tras Dos corazones y una tonada (1939) vendrían Barrio azul (1941, de René Olivares Becerra), Bar Antofagasta (1942, de Carlos García Huidobro), Un hombre de la calle (1942, de Eugenio de Liguoro), Hoy comienza mi vida y, dirigidas por José Bohr, Casamiento por poder (1945), El amor que pasa (1947), Si mis campos hablaran (1947), junto a Chela Bon y Roberto Parada, basada en un libro de Francisco Coloane, y Tonto pillo (1948).




‘‘Soy morenita y bien chilenaza’’ declaraba a la prensa, que le dedicó cuantiosas páginas en su tiempo, incluidas noticias tan sorprendentes como la muerte súbita, en 1947, de un gerente de la refinería de azúcar Crav mientras bailaba una cueca con la cantante. ‘‘El ataque cardíaco fue fulminante. Eran las 14.55 del sábado 18 de marzo de 1947. El presidente de la CRAV falleció a la edad de 55 años, en plena madurez de sus facultades’’, refiere la revista ‘‘Vea’’ en la época.




‘‘Este Soré fue algo así como la Myriam Hernández. Salía todos los días, era la regalona de los Presidentes, hay fotos con Carlos Ibáñez’’, enumera Leal. Ella era hincha de Colo-Colo y grabó el himno de ese club. Actuó con el trío mexicano Los Panchos en radio Minería, en la boite Tap Room y en El Rosedal, y en diarios de los años 40 y 50 constan fotos suyas con celebridades como Tito Schipa, Jorge Negrete, Chela Bon, Juan Arvizu, Libertad Lamarque, José Mojica y Lucho Gatica. En 1951 hizo una nueva gira a Argentina, Uruguay y Paraguay, y en 1954 cantó en Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.




Un contratiempo sobrevino en 1960. En julio de ese año, mientras viajaba a un festival organizado por el cantante Raúl Gardy, el bus que la llevaba junto a otros músicos chocó con un camión a la altura de Codegua. Varios quedaron heridos, entre ellos Ester Soré. ‘‘Su cara chocó con el fierro del otro asiento. Se cortó la lengua. Le tuvieron que coser. En mi vida he gritado más, decía’’, recuerda Leal. ‘‘Estuvo meses sin cantar’’. Y dos años más tarde, poco antes del Mundial de Fútbol en 1962, una inesperada parálisis atribuída a un virus afectó el lado izquierdo de su cara y volvió a obstaculizar su carrera.




Pese a los problemas, la cantante se mantuvo activa. En el mismo año debutó con el Dúo Leal Del Campo, precisamente con motivo del Mundial: el 7 de junio actuaron en la cancha del Estadio Nacional, antes de la sexta fecha del campeonato. ‘‘Debutamos en el Mundial de Fútbol sin haber cantado en ningún otro lado’’, explica Pedro Leal. ‘‘Me dieron un pase para ver los partidos y a Ester le encantaba el fútbol, entonces empezamos a ir a todos los partidos en Santiago. Nos enamoramos y nos casamos’’.




El matrimonio fue celebrado en 1965. Antes, Ester Soré defendió con el Dúo Leal Del Campo la canción ‘‘La dama blanca’’ en el Festival de Viña de 1963, donde ganó el segundo lugar por sobre la célebre ‘‘El corralero’’, y siguió tocando con el dúo hasta 1969. Ya en la era del long play, lanzó nuevos discos con Philips, RCA Victor y Polydor como Huasita regalona, el disco de tonadas y canciones Chile, Bailemos cueca, m’hijita y Candelaria Pérez, sobre una canción del mismo título de Pedro Leal. El propio Leal reformó a los Baqueanos para grabar con ella el disco Somos de la calle larga.




En 1974 ambos instalaron una academia de folclor en su departamento, y siguieron actuando a dúo hasta 1977. ‘‘Jota Eme (el cronista Julio Martínez), que era muy amigo mío, llegaba donde estábamos actuando y conversábamos. Y él ha dicho que no ha aparecido y no aparecerá otra Ester Soré’’, recuerda Pedro Leal, mirando el retrato de la artista que hay en el living del mismo departamento. El viernes 6 de septiembre de 1996 Ester Soré murió tras un coma diabético y otras complicaciones. Sus restos fueron velados en la capitalina Iglesia de la Merced. Durante su vida encarnó, en palabras del musicólogo Juan Pablo González, ‘‘un ideal de finura, gracia y picardía para la clase media chilena y representó los cánones de belleza criollo-urbana de la época’’. Como despedida, sus amigos entonaron para ella la tonada de esa vieja película del año 39, ‘‘Como el agüita fresca’’: ‘‘Ahora le pido al cielo, ya que tanto te quiero / que tu amor no me falte, mi vida, porque me muero’’.




—David Ponce.

Foto: RCA Victor.

miércoles, 18 de agosto de 2010

CLARA SOLOVERA , UNA DE LAS GRANDES COMPOSITORAS CHILENAS . NOTA Y FOTO OBTENIDAS EN http://www.musicapopular.cl

Autora de los populares versos ‘‘Ayúdeme usted, compadre / pa’ gritar un viva Chile’’, Clara Solovera es una de las principales creadoras de la música típica chilena. Suya es esta clásica ‘‘Chile lindo’’ (1948), canción que encabeza la lista de himnos costumbrista de las tonadas chilenas, además de ‘‘Mata de arrayán florido’’ (1948), ‘‘Manta de tres colores’’ (1956), ‘‘Álamo huacho’’ (1963), ‘‘Te juiste pa’ ronde’’, o ‘‘Huaso por donde me miren’’, parte del repertorio que hace de ella una de las más prolíficas fuentes para la tonada.

‘‘En tu rejas de rosas floridas te dejé prendida mi mejor canción / San Bernardo, pueblito querido, te llevo dormido en mi corazón’’. Esos versos, grabados sobre piedra en uno de los jardines de la plaza de armas de San Bernardo, son una buena muestra de la lírica de Clara Solovera Cortés. Nació en Santiago el 15 de mayo de 1909, pero su infancia transcurrió en esa ciudad, a la que consideró su pueblo natal.

Criada al cuidado de sus abuelas después de quedar huérfana, Clara Solovera ganó a los nueve años un premio de poesía para niños y vio sus versos publicados en la prensa. Tras cumplir los estudios primarios en San Bernardo, su interés por las letras la llevó a estudiar pedagogía en castellano, pero dejó la profesión por su matrimonio con el médico Pablo Toledo Alvarado, de quien enviudaría y con quien tendría tres hijos. Y su propia carrera musical tardó treinta años en empezar.

La Clara y la Negra: Chile lindo
Solovera comenzó a componer en 1948 y su primer éxito, en ese mismo año, fue la tonada ‘‘Chile lindo’’, con versos como ‘‘Chile, Chile mío, cómo te querré / que si por vos me pidieran la vida te la daré’’. Ni el evidente error en la conjugación del verbo ‘‘dar’’ (‘‘daría’’ corresponde en lugar de ‘‘daré’’) opacó la popularidad histórica de esa tonada, que tuvo en Ester Soré a su primera y entusiasta intérprete. A través de las décadas, el gran público y los propios intérpretes de un repertorio típico han reconocido a esta tonada capital como un segundo himno patrio en su calidad de poético paisaje chileno.

En su programa radial de música folclórica, Ester Soré había conocido poco antes una tonada anterior de Solovera, ‘‘Mat’e suspiro’’, y, tras incorporarla a su repertorio, le pidió otra pieza para cierta actuación ante el Presidente Gabriel González Videla. Clara Solovera le entregó ‘‘Chile lindo’’ y la posterior audiencia presidencial de ambas coincidió con el primer disco sencillo de la autora, que incluye ‘‘Chile lindo’’ y la tonada humorística ‘‘Mata de arrayán florido’’ (1948).

Desde entonces Clara Solovera nutrió su cancionero con retratos costumbristas del campo chileno en tonadas de simples armonías como ‘‘La enagüita’’, motivada por una de sus hijas; ‘‘Manta de tres colores’’ (1956), inspirada en Arturo Gatica, ‘‘Te juiste pa’ ronde’’, ‘‘El cantar de mi guitarra’’, ‘‘Huaso por donde me miren’’ y ‘‘Álamo huacho’’. Doscientas obras suyas están registradas en la Sociedad Chilena del Derecho de Autor, de las cuales 61 son tonadas.

Otros intérpretes de sus canciones son Los Huasos Quincheros, que grabaron gran parte de su obra; el Dúo Rey-Silva, Arturo Gatica, Silvia Infantas y Los Huasos de Algarrobal. Y aparte de tonadas, la autora escribió cuecas, valses, refalosas, mapuchinas, trotes, cachimbos y, entre los géneros internacionales, pasillos, boleros, corridos, zambas y pasodobles. Su música para niños, también cuantiosa, incluye canciones y rondas como ‘‘Burrito de Toconao’’, ‘‘Colorín… colorao’’ y ‘‘Mi vaquita me da leche’’.

Clara Solovera no estudió música y tocaba la guitarra por oído. ‘‘Ni siquiera tengo un método de trabajo. Nunca me pongo a pensar versos o melodías. Surgen solos y en cualquier momento’’, dijo. Porfirio Díaz, Vicente Bianchi y sobre todo José Goles trabajaron en la transcripción y armonización de sus canciones. En 1977 su obra fue declarada material didáctico auxiliar de la educación musical chilena.

La autora murió en Santiago el 27 de enero de 1992, a los 82 años. Arturo Gatica cantó ‘‘Si vas para Chile’’, de Chito Faró, en su despedida. ‘‘Por su inagotable veta creadora y su innata poesía, Clarita, como se la conoció en el mundo artístico, es comparable sólo con figuras como Violeta Parra, Francisco Flores del Campo, Nicanor Molinare y Osmán Pérez Freire, entre otros’’, fue parte del reconocimiento del Senado tras su muerte. La autora de ‘‘Chile lindo’’ pertenece a esa clase de artistas para quienes el primer éxito es el más universal.

—David Ponce.
Foto: archivo SCD.

domingo, 15 de agosto de 2010

ETNIAS AUSTRALES DE CHILE . FUENTE http://www.memoriachilena.cl


  

 
Chonos, kawéskar, yámanas, selk’nam y aónikenk

El territorio austral de Chile puede dividirse en dos grandes áreas geográficas con características bastante diferenciadas. Por un lado está el húmedo mundo de los archipiélagos y canales que se extiende desde la isla de Chiloé hasta el Cabo de Hornos; una tierra inhóspita cubierta de espesas selvas y cuyas precipitaciones pueden llegar a superar en algunos casos los 5000 mm anuales. Ese mundo, de una belleza singular y esencialmente acuático, estuvo habitado por pequeñas bandas de cazadores-recolectores que deambulaban en canoas por el laberinto de canales en busca del sustento, constituido básicamente por la caza de lobos marinos, aves, peces y mariscos.

Los pueblos de los canales australes estaban divididos en tres grandes grupos étnico-lingüísticos: los chonos, que habitaban las islas situadas entre el archipiélago de Chiloé y la península de Taitao, los kawéskar, entre el Golfo de Penas y el Estrecho de Magallanes y los yámanas, habitantes de las islas al sur de la Tierra del Fuego. Con una organización social extremadamente sencilla, sobrevivieron por cientos -quizás miles- de años en un medio ambiente de extrema rudeza. Sin embargo, el contacto con el mundo occidental alteró radicalmente su estilo de vida llevándolos a su extinción como etnias. Los chonos desaparecieron en el siglo XVIII, mezclados con los chilotes y sus vecinos más australes, los kawéskar. Estos últimos sobrevivieron hasta principios del siglo XX, entablando esporádicos contactos con misioneros jesuitas y navegantes ingleses y franceses. El establecimiento de rutas regulares entre Punta Arenas y el centro de Chile y la llegada de loberos chilotes a la zona, desestructuró completamente su estilo de vida. Los yámanas sufrieron una suerte parecida, y, el temprano establecimiento de una misión anglicana en la región, aceleró el proceso de aculturación.

En la región del Estrecho de Magallanes y Tierra del Fuego el paisaje cambia abruptamente para dar paso a extensas llanuras de coirón y gramíneas, hábitat de camélidos como el guanaco, pequeños roedores y ñandúes. En este mundo de inmensas planicies habitaban pueblos de gran estatura y contextura robusta, organizados en bandas de cazadores-recolectores sobre la base de grupos de parentesco sanguíneo. Entre el río Santa Cruz y el estrecho de Magallanes vivían los aónikenk, el grupo más austral de los tehuelches. Cazadores de guanacos y ñandúes, la introducción del caballo a fines del siglo XVII transformó su estilo de vida, dotándolos de gran movilidad y de nuevas técnicas de caza. La fundación del Fuerte Bulnes en 1843 a las orillas del Estrecho de Magallanes, el contacto con exploradores europeos y la expansión de la ganadería ovina en el último cuarto del siglo XIX, alteraron su modo de vida y terminaron por hacerlos desaparecer del territorio chileno.

En las planicies de la Tierra del Fuego habitaban los selk'nam, pueblo de cazadores-recolectores pedestres que tuvo un trágico final al ser exterminado por los colonos que se instalaron en la isla a fines del siglo XIX, en el período de auge de las grandes estancias ovejeras.

Todos los pueblos de la zona austral, a pesar de la simplicidad de su organización social, mostraban profundas creencias religiosas y ritos de alta complejidad. En ese sentido, distaban de ser los “salvajes” que pretendían ver los europeos; y fue esa mirada la que de alguna forma contribuyó a despoblar las frías tierras australes de sus primeros habitantes.

jueves, 12 de agosto de 2010

SOBRE EL PUEBLO MAPUCHE (este material ha sido obtenido en http://www.memoriachilena.cl)

Fotografía del pueblo mapuche. Siglos XIX y XX
  

 
Montaje de un imaginario

Desde los inicios de la actividad fotográfica en Chile, a mediados del siglo XIX, este medio permitió dejar un testimonio visual de nuestra sociedad y diversos acontecimientos históricos. Fotógrafos aventureros, buscando nuevos destinos y oportunidades, viajaron al sur de Chile, instalándose en las ciudades y pueblos recién fundados en los nuevos territorios incorporados a la República.

Concluida la campaña de pacificación de la Araucanía, los vastos territorios indígenas comenzaron a ser ocupados y tras los batallones de soldados, arribaron colonos y emigrantes extranjeros que llegaron en busca de la prosperidad y el éxito que esperaban conseguir en estas regiones.

En medio del vendaval civilizador, transportando su cargamento de lentes, cámaras y utilería, diversos fotógrafos se internaron hacia lo desconocido, buscando capturar una realidad que el cambio histórico de fines del siglo XIX hacía cada vez más distante y difusa. Desde la conflictiva frontera norte que poco a poco se expandía penetrando el territorio mapuche desde el río Bío-Bío (VIII región), o por la difusa frontera sur, que al alero de la ciudad de Valdivia (X región) extendía la colonización a los nuevos espacios, se fueron conformando pueblos y ciudades donde los fotógrafos se instalaron con sus estudios.

Los fotógrafos de la frontera se dedicaron a realizar en estos estudios o en improvisados escenarios exteriores, numerosas imágenes del mundo mapuche. Entre ellos se distingue una trilogía formada por Christian Enrique Valck, Gustavo Milet Ramírez y Odber Heffer Bissett. Esta trilogía la hemos llamado Los Fundadores, por ser los iniciadores de la llamada fotografía etnográfica, sobre indígenas, en el sur de Chile.

Una mirada atenta, o mejor dicho, un ejercicio del mirar adecuado nos revela cómo estas imágenes tomadas por los fotógrafos de la frontera, más que el referente de una realidad de los indígenas, constituyen más bien una construcción estética y cultural, que obedece a los paradigmas europeos de conformación de la imagen fotográfica vigentes a fines del siglo XIX. Desplegando un cuidadoso montaje, los fotógrafos realizan verdaderas creaciones culturales, haciendo uso de diversos dispositivos y procedimientos visuales para configurar ese mundo mapuche que será registrado en sus lentes.

El principio básico de este tipo de montaje lo constituye la delimitación de un espacio determinado – ya sea interior, como el estudio del fotógrafo o, exterior como algún rincón en una huerta o frente a un galpón en plena Araucanía – como fragmento de lugar y tiempo, en el cual se llevaba a cabo un acto teatral, verdadera dramatización donde personajes y escenografía conformaban parte fundamental del montaje.

De esta manera, este verdadero montaje se fundamenta en una estética propia de la fotografía de época, pero donde la escena étnica como procedimiento visual y la pose como dispositivo de montaje, transforman la imagen en una construcción cultural que nos sumerge en una realidad que, sin duda, atribuimos como propia e indiscutiblemente mapuche. Una cuidadosa observación de estas fotografías, permite descubrir una puesta en escena de los indígenas araucanos – como los llama Milet – que se remonta a una fantasía y a una memoria desplazada, memoria de las fotos de estudio que se ejecutaban en estos tiempos de fines del XIX y comienzos del XX.

lunes, 9 de agosto de 2010

martes, 3 de agosto de 2010