Desde los inicios de la
actividad fotográfica en Chile, a mediados del siglo XIX, este medio permitió dejar un testimonio visual de nuestra sociedad y diversos acontecimientos históricos. Fotógrafos aventureros, buscando nuevos destinos y oportunidades, viajaron al sur de Chile, instalándose en las ciudades y pueblos recién fundados en los nuevos territorios incorporados a la República.
Concluida la campaña de
pacificación de la Araucanía, los vastos territorios indígenas comenzaron a ser ocupados y tras los batallones de soldados, arribaron
colonos y emigrantes extranjeros que llegaron en busca de la prosperidad y el éxito que esperaban conseguir en estas regiones.
En medio del vendaval civilizador, transportando su cargamento de lentes, cámaras y utilería, diversos fotógrafos se internaron hacia lo desconocido, buscando capturar una realidad que el cambio histórico de fines del siglo XIX hacía cada vez más distante y difusa. Desde
la conflictiva frontera norte que poco a poco se expandía penetrando el territorio mapuche desde el río Bío-Bío (VIII región), o por la difusa frontera sur, que al alero de la ciudad de Valdivia (X región) extendía la colonización a los nuevos espacios, se fueron conformando pueblos y ciudades donde los fotógrafos se instalaron con sus estudios.
Los fotógrafos de la frontera se dedicaron a realizar en estos estudios o en improvisados escenarios exteriores, numerosas imágenes del
mundo mapuche. Entre ellos se distingue una trilogía formada por Christian Enrique Valck, Gustavo Milet Ramírez y Odber Heffer Bissett. Esta trilogía la hemos llamado Los Fundadores, por ser los iniciadores de la llamada fotografía etnográfica, sobre indígenas, en el sur de Chile.
Una mirada atenta, o mejor dicho, un ejercicio del mirar adecuado nos revela cómo estas imágenes tomadas por los fotógrafos de la frontera, más que el referente de una realidad de los indígenas, constituyen más bien una construcción estética y cultural, que obedece a los paradigmas europeos de conformación de la imagen fotográfica vigentes a fines del siglo XIX. Desplegando un cuidadoso montaje, los fotógrafos realizan verdaderas creaciones culturales, haciendo uso de diversos
dispositivos y procedimientos visuales para configurar ese mundo mapuche que será registrado en sus lentes.
El principio básico de este tipo de montaje lo constituye la delimitación de un espacio determinado – ya sea interior, como el estudio del fotógrafo o, exterior como algún rincón en una huerta o frente a un galpón en plena Araucanía – como fragmento de lugar y tiempo, en el cual se llevaba a cabo un acto teatral, verdadera dramatización donde personajes y escenografía conformaban parte fundamental del montaje.
De esta manera, este verdadero montaje se fundamenta en una estética propia de la
fotografía de época, pero donde la escena étnica como procedimiento visual y la pose como dispositivo de montaje, transforman la imagen en una construcción cultural que nos sumerge en una realidad que, sin duda, atribuimos como propia e indiscutiblemente mapuche. Una cuidadosa observación de estas fotografías, permite descubrir una puesta en escena de los indígenas araucanos – como los llama Milet – que se remonta a una fantasía y a una memoria desplazada, memoria de las fotos de estudio que se ejecutaban en estos tiempos de fines del XIX y comienzos del XX.